Crónica de la Manifestación del Orgullo Gay. Madrid 30.06.12. Carta a Gaël.
4-julio-2012 · Imprimir este artículo
Querido Gaël,
La semana pasada cumpliste un añito y me hubiera gustado regalarte un bonito cuento con moraleja y personajes encantadores, de esos que hacen que los niños dejen volar su imaginación. Pero tengo que confesarte que nunca he sido capaz de escribir cuentos para niños. Quizá sea porque yo no tuve una infancia muy feliz (no fue dramática, no te apures, sólo un poco descentrada) o porque siempre me enamoró la idea de ser adulto, y ahora que lo soy estoy feliz con que mi deseo se haya cumplido. Cosa, por otra parte, bien rara, porque cuando un deseo se cumple se suele querer otra cosa o quizá que no hubiese llegado nunca su realización.
Sí, Gaël, los mayores somos muy peculiares. Te costará algunos años entendernos.
Estabas muy guapo el día de tu cumpleaños, con tus ojos grandes, tus rizos medio dorados y tus amiguitos y familiares celebrando ese gran día y yo, que aún sigo queriendo regalarte unas palabras, he decidido escribir esta crónica pensando en ti, porque quizá un día, cuando seas mayor, la leas y te cueste entender de lo que hablo. Sería algo muy hermoso.
El sábado pasado fui a ver y también, un poco, a formar parte, de la que llaman Manifestación del Orgullo Gay de Madrid. Es una Manifestación que tiene mucho de festivo y mucho de reivindicativo también. En realidad se celebran manifestaciones con el mismo nombre en muchas ciudades del mundo. Pero la de la capital de España es una de las más famosas y multitudinarias. Cosas del Destino, que es caprichoso y tiene predilección por este país que es una encrucijada o cruces de caminos entre el norte y el sur, entre Europa y América. No es que sea yo muy dado a acudir a las manifestaciones. No habré ido a más de una decena en mi vida, y sólo acudo cuando creo que el motivo es de gran peso. No por lo que se consiga con ellas, sino porque firmemente me siento en la obligación moral de ir. (Eso de la obligación moral es una cosa imposible de tocar y que mucha gente mayor utiliza como si fuera un arma o un blasón; o sea, más cosas de mayores).
Esta Manifestación, no obstante, como te digo, tiene algo de especial. En ella puede verse a gente disfrazada, escucharse mucha música, y gozarse de una alegría generalizada que difícilmente encontrarás en otras reuniones sociales o reivindicaciones populares. Desde que el mundo es mundo, o más bien desde que existe memoria del hombre y sus percances, se sabe que ha habido hombres que se sienten atraídos físicamente por otros hombres y mujeres que se sienten atraídas por otras mujeres. No son una mayoría, pero existen y son muchos. Muchos muchos. Muchos más que toda la gente que conoces de la familia, del vecindario y de la guardería. Muchísimos más que todos los niños de todas las guardarías de Madrid. Muchísimos más que todos ellos más todos los niños de las guardarías de la Argentina, de donde vino tu mamá.
Como se atraen, a veces se tocan, y se gustan, y se relacionan, e incluso llegar a compartir su vida, como lo hacen tus padres. Hacen vida de pareja. Y cada uno es de una forma distinta, como también lo son la pareja de tus padres y las de tus tíos, y la de tus abuelos maternos, y la de tus abuelos paternos. Porque cada persona es diferente de otra y tiene sus gustos y preferencias. Sin embargo, hay gente a la que esto no le parece bien. Quieren que los hombres sólo se relacionen con mujeres y viceversa. Y por eso han castigado y condenado a estos hombres y mujeres distintos de la mayoría que se llaman homosexuales, lesbianas, gays, transexuales, bisexuales… pero que han recibido muchos nombres a lo largo de la Historia. Ya irás descubriendo, muy pronto, que esto del lenguaje y la comunicación es algo hermoso pero lleno de vericuetos, laberintos y trampas, un inmenso juego al que yo sigo jugando a mis treinta y cinco años.
Y hace cuarenta y dos años, en las lejanas tierras de América, un grupo de estos hombres y mujeres se cansaron de ser perseguidos por ser ellos mismos y querer a otras personas, y empezaron a quejarse con voz enérgica. Estaban cansados de aguantar. Cansados en sus personas y en las de todos aquellos que les precedieron y tuvieron que vivir en el silencio, la mentira, la ocultación y el miedo… o en condiciones terribles.
Desde entonces se ha venido celebrando esta Manifestación tan especial donde se reúnen grupos de personas con gustos muy concretos: osos, lobos, cachorros, cazadores, chubbies, leathers, musculados, drag-queens, travestis, transexuales (dentro de los transexuales hay una inmensa variedad de grupos también), lesbianas (butches, femmes, ursas)… y un largo etcétera. Junto a ellos se han ido uniendo heterosexuales, es decir, aquellos que forman parte de la mayoría, para darles apoyo y disfrutar de la fiesta. La fiesta original tiene el nombre en inglés y al hacer la traducción se cambió Manifestación de la Dignidad por Manifestación del Orgullo y esto ha dado lugar a no pocos debates y discusiones más bien tontas.
El caso, querido Gaël, es que yo había ido dos veces a ver esta Manifestación en Madrid y las dos veces había estado un rato, me había divertido, pero había pensado que esta no era la mejor manera de pedir derechos, porque, al ser tan alegre y desinhibida, pensaba que la gente no la tomaba en serio. Que para pedir derechos y un trato digno e igualitario era preciso vestirse de traje y corbata, hablar con voz profunda y decir cosas muy engoladas y bien pensadas. Vamos, dar un aspecto de lo que se llama en Occidente “respetabilidad”, que a veces sólo quiere decir “capacidad de aburrir hasta a las ovejas” y a veces sólo “disfraz de hipocresía”. Pero este año, el primero que veo el desfile completo, desde la pancarta inicial pidiendo igualdad en el trato de matrimonios del mismo o diferente sexo, hasta la última de las carrozas (sí, hay carrozas, como en la cabalgata de los Reyes Magos), he experimentado una transformación personal muy grande.
Lo que realmente importa no es “aparentar” la respetabilidad, sino ser exactamente quien eres para que los demás lo sepan y empiecen a comprender que existes, que eres de esa forma, tan respetable como cualquier otra que no dañe a los demás. Es la única forma de reivindicar de manera real. Y si hay hombres a los que les gusta dejarse mucho pelo por la cara y por el cuerpo; y otros a los que les gusta vestir de cuero; y otros a los que les gustan las prendas coloridas y con vuelos; y a otros a los que les gusta enseñar su cuerpo… ¿qué de malo hay en todo ello? Nada. No sólo no hay maldad alguna sino que es tan respetable como ir vestido de traje de falda y pantalón, o de vaqueros y camisa. O como que te gusten los pasteles de limón, o las mujeres morenas. O los hombres bajitos o los candados. O los sellos o las esculturas contemporáneas. O los libros, o los peluches. En fin, el mundo es tan grande y tan variado que la oferta es casi infinita.
Este año vi hombres muy hermosos, hombres muy seductores, mujeres de cuerpos muy trabajados, hombres mayores disfrazados, mujeres que llevaban pancartas muy ingeniosas… y aunque había visto otros similares a ellos, nunca les había dado tanta importancia, tanta individualidad y valor a cada uno de ellos.
“Normal es un programa de mi lavadora”; “No sé por qué hay tanta homofobia con lo guapa que es mi novia”; “Soy mujer en paro y lesbiana en activo”; “La homofobia se cura, la homosexualidad no”… y otras consignas y mensajes eran lanzados para todos. Unos más graciosos, otros más ingeniosos, otros más serios, todos contenían una realidad profunda, una esencia del ser humano: la necesidad de respeto.
Te voy a dejar dos fotografías junto a este texto. Dos fotografías de un artista que ha sabido captar la complejidad y la belleza del momento. Una de ellas representa a un hombre con alas. Es un hombre que tiene un cuerpo musculado, equilibrado, un hombre muy bello según los cánones de nuestro siglo. Lleva unas alas de mentira, parte de un disfraz. Son una alas muy especiales, muy originales, con mucho trabajo detrás. Hablan del deseo del ser humano por tocar lo divino con las manos, del deseo de volar, de comprender a Dios y a sus criaturas; pero también de la artesanía y la creatividad humanas. Las luce ese hombre con una sonrisa casi permanente, con esa positividad y esa alegría que lanza otro de los grandes símbolos al mundo.
La segunda fotografía sería criticada por más gente que la primera. Bueno, la fotografía no, la actitud y el vestuario de quien la lleva. Se trata de un hombre joven; delgado; fibrado; de tez muy pálida; con un vaso de plástico en la mano derecha; con mochila a los hombros pero sin camiseta; varios pendientes en las orejas; mirada algo ausente o desafiante, o quizá indiferente; y el calzoncillo muy muy bajo, dejando ver parte del vello púbico, que se une a una mata de pelos que bajan, in crescendo, desde el ombligo, destacando con la casi “imberbidad” del resto del torso. Hay una pose, un deseo de mostrarse, de provocar, de seducir que perturba, que desasosiega a las mentes “biempensantes” que creen que no existe el sexo o, si existe, no debe hacerse evidente. Ah, es tan compleja esta imagen. Da lugar a tantas interpretaciones, que su riqueza me puede emocionar.
Querido Gaël, no quiero seguir hablándote sobre el casi millón de personas que dicen que nos congregamos en este evento, ni sobre las carnes prietas que vi, ni sobre las alegres canciones que escuché. Pero quiero invitarte a que, cuando seas mayor, si aún existe este evento (ojalá sólo sea por recuerdo y festividad, y no queden desigualdades sobre las que reivindicar) te acerques, lo veas, lo disfrutes y lo pienses. Porque es espectacular, especial y emotivo. Lleno de sentido humano y belleza.
Paseos por la tierra de la sorpresa y los engaños.
15-junio-2012 · Imprimir este artículo
Paseos por la tierra de la sorpresa y los engaños.
Catalina de Aragón no era quien creíamos.
La escolta policial en moto nos tuvo en vilo.
El Photshop que usaba las palabras en vez de las teclas.
El aguja de Cleopatra no era de Cleopatra ni era aguja.
El pato regio.
Las ramas entre los leones.
Los ángeles gemelos, el leproso y el sano.
La reina sin palacio y el palacio sin reina.
Todo viaje lo es de descubrimiento. Si no lo fuera la esencia del desplazamiento se diluiría como una bolsa de polvo en una laguna. Pero a veces dejamos que se nos escapen los momentos, las sorpresas que salen a nuestro paso… quizá porque nuestro paso es demasiado rápido como para poder fijar la vista o la atención lo suficiente.
Camino, con alevosía y nocturnidad, por las calles de esta histórica ciudad, buscando un palacio que identifique con María I, encontrar algo de su esencia. La Torre de Londres me queda lejos, la Casa de la Joya, junto a las famosas casas del Parlamento está muy desvirtuada, y Hampton Court ni siquiera está en esta ciudad. Ningún libro en la tienda de la Westminster Abbey, donde está enterrada, ni en el British Museum, ni en la cripta de S. Martin’s in the Field he encontrado a lo largo de mis viajes que hablase –en exclusiva de ella. Es uno de esos personajes en los que se ha concentrado el odio, ha cristalizado como si de un icono se tratara, y su figura resulta, por decirlo suavemente, políticamente incorrecta. Ciertamente ni en vida ni después tuvo suerte. Como buena católica, su marketing ha sido espantoso. Pero su fuerza de voluntad y su apasionamiento la hicieron reina y ganan mi corazón un día y el siguiente. Por no mencionar su humanidad, su capacidad para los errores y los remordimientos. No hay un palacio para tan inesperada reina… aunque ahora que lo pienso, St. James Palace, que sigue vinculado a la familia real y a las recepciones públicas, ni siquiera parece ya un palacio en el que ella firmase el tratado de rendición de Calais. Y para mí, si ella no está aquí, es un palacio sin reina.
Pero no dejo que la tristeza me embargue porque pronto dos gemelos dialogan su pétreo enigma que guarda una puerta tras la que, estoy seguro, hay un pasadizo secreto al infierno. Uno de ellos tiene un rostro demacrado, leproso o sifilítico, paga los pecados de su alma con un físico que se rebela escatológicamente contra su dueño. Su perversidad queda oculta en su mirada fría, de ángel, y por lo tanto de sobrenatural indiferencia hacia los asuntos del hombre, ser diminuto al que seguramente desprecia por su desprotección y vulgaridad. Frente a él, bello, blanco e impoluto, su gemelo mira hacia los misterios del Altísimo y su Universo con cierto dolor de quien se sabe alto pero es incapaz de comprender la supremacía divina, falto de la Misericordia que caracteriza al Creador. Pequeñas llamas de su esencia espiritual recorren su cara. Tras ellos la puerta de madera que une el mundo terrenal con el dominio del Maligno. Vigilan, no quién sale, sino quién entra, porque no todos tienen abierto el acceso a este mundo ignoto y malinterpretado por la Humanidad.
Sigo mi camino tras un pequeño escalofrío al recordar mi tamaño minúsculo y sin embargo inmenso. Me siento como si estuviese al borde de un puente sobre un inmenso río sucio, y el aire me empujase con fuerza, enfrentándome a un gran espacio libre. No padezco de agorafobia pero la sensación, entiendo, debe ser similar. Me siento parte de unas fuerzas cósmicas que no puedo controlar cuando un mensaje de vida y voluntad sale a mi paso. En lo alto de un edificio centenario dos leones con escudos y fauces dispuestas a tragarse una hamburguesa de hombre sin pan ni nada encuentran un compañero bajo las lluvias de este plomizo junio: unas ramas de arbusto han nacido entre las piedras y crecen, contra todo pronóstico, delgadas y obstinadas, como nudosos dedos de rastrillo, hacia la luz del sol que hay tras las nubes. ¡Cuántas veces podemos agarrarnos a ese pequeño intersticio entre las piedras y encontrar en él el alimento que nos haga sobrevivir contra viento y marea! En las peores condiciones o cuando más fácil resulta nuestra caída parece que más fácil, nos aferramos a la vida y valoramos sus “pequeños” regalos como el mayor de los prodigios. En realidad lo son. Estoy cerca de un patio encantador, casi inconcebible en una ciudad “imperial” y decimonónica, pero Londres sigue teniendo estos rincones de Jack (the Ripper, ¡por supuesto!): apenas podrán ser veinte metros cuadrados pero un busto, una esfera armilar y una farola de antiguo diseño vuelven las fachadas de ladrillo en un lugar de encantamiento.
Nada que ver con tan agresivos vecinos de las esforzadas ramitas es mi siguiente protagonista, el pato que come entre la hierba, ignorando mi presencia, mi cámara, mi descaro, mi intromisión, mi calvicie y mi incongruencia en la combinación del traje de chaleco y chaqueta con la bolsa de viaje de tela con un estampado vacacional, demuestra su lugar de origen y su soberbia superioridad de ser ajeno a las desdichas. Él es un pato de los St. James Gardens o Jardines de San Jaime, y, si uno se fija en la instantánea que tomo del regio animal se puede ver, tras su cuello largo y flexible, la mole blanca del palacio británico más fotografiado por el cambio de la guardia… Su natural e inocente preocupación por alimentarse con lo que los turistas han dejado a su paso, le convierte en un ser vivo por encima de mi constante preocupación humana, tantas veces absurda, innecesaria e improductiva. Su majestad es absoluta pues lo es su indiferencia. Soy su súbdito y debo darle de comer y dejarme de pelotudeces (él es un pato muy internacional, pues por aquí pasan todo tipo de visitantes, y por supuesto ha aprendido a dominar todos los giros de todos los idiomas, incluido el argentino, viste).
Llego, a pasito lento, pero implacable, al Támesis, ese río que me da miedo pero me fascina. Ese río de la revolución industrial al que miran tantos edificios inolvidables. Caminando por su orilla uno viaja unos tres mil quinientos años en el tiempo para darse cuenta de que la publicidad siempre fue engañosa, mucho antes de que existiera la televisión y sus mecanismos de tortura aplicada a través de las ondas adictivas cargadas de aburrimiento. Me acabo de encontrar con la “Cleopatra’s needle”, es decir, la “Aguja de Cleopatra” que es como se llama a este obelisco originariamente erigido por orden de Tutmosis III en un templo de Heliópolis. No me importa que le quiten a tan belicoso y exitoso faraón la gloria de haber mandado construir tan impresionante monumento pues parece que él quiso borrarle la gloria a su antecesora, la reina Hatshepsut, así que donde las dan las toman y callar es bueno, que podría decir cualquiera de mis tías o mi madre, baúles sin fondo de sabiduría popular. Pero vayamos algo más lejos, ¿aguja? Imagino que no será de coser, porque entonces Cleopatra no hubiera sido un icono del exotismo y la seducción, sino una giganta Carpanta que se hubiera comido a su pueblo condimentado con miel y especias del país del Punt. En resumen, que ni es una aguja, ni fue de Cleopatra, ni la reina faraona se dedicaba a coser jerséis de punto para cíclopes griegos. Pero ahí está el Clepatra’s Needle, mirando a un río bien distinto al que un día iluminó reflejando el sol. Nunca sabemos el destino que nos deparará la vida, do we?
Pero esto de confundir al personal no es que sea cosa de elementos arquitectónicos ni del pueblo llano y sus ocurrencias para poner sobrenombres y motes a todas las cosas. Es parte de la salsa de la vida. Y de esa publicidad de la que hablaba antes. Ahí están los primeros Photoshop de la Historia (el programa no es un invento conceptual, sólo una innovación tecnológica de algo que se viene haciendo desde hace siglos): las pinturas. ¿O es que pensamos que los retratos que se enviaban los monarcas y los aristócratas eran modelos de hiperrealismo y veracidad? No. Había que venderse. Había que “mejorar” la imagen y no sólo con afeites y cosméticos, sino con ciertos “retoques del autor”. Por supuesto los panfletos panegíricos y las voces aduladoras siempre han existido, que es un Photoshop de las palabras, por decirlo así, pero nunca lo había visto llevado a la imagen. Y ahí estaba, en ese retrato de Mary I, el impresionante Photoshop hecho de palabras. Y era un retoque malo, malo, malo de verdad, porque se notaba “a la legua”. Sobre el fondo ¿azul cobalto?, se han pintado unas palabras en amarillo que rezan: LADI MARI DOVGHTER TO THE MOST VERTOVS PRINCE KING HENRI THE EIGHT. Por favor, ¿el más virtuoso? Se podrán decir muchas cosas de este monarca, que sin duda cambió la Historia de Inglaterra y le dio forma, pero precisamente virtuoso no fue, ni en lo personal ni en lo político. Ni siquiera supo hacer de la necesidad virtud. Pero “calumnia”, que algo queda. Igual algún ingenuo se lo cree cuando lo lea…
Claro que, de ingenuidad no ando corto, porque se me olvidaba comentar que, de camino a la oficina, la otra mañana, saliendo de la oficina para comprar almuerzo, me encontré con la calle Oxford paralizada, y no sólo por las obras –que llevan más de un año, para que luego nos quejemos de Madrid-, sino por una escolta policial en moto que paralizaba el paso a vehículos y peatones. La gente, turistas y autóctonos, lejos de quejarse, miraban fascinados pasar una moto tras otra, en espera del gran momento. Estuve tentado de echar a caminar en dirección contraria y buscar otro lugar del que inicialmente había pensado para comprar comida. Pero me detuve y decidí quedarme a ver quién pasaba por allí. Durante los interminables dos minutos de expectación, imaginé quién sabe qué aristocrática presencia; qué belleza del cine de los cincuenta; qué autoridad eclesiástica recamada de brocados y joyas; qué eminencia académica o literaria –orgullo, of course, de Oxford o Cambridge-; qué carroza real; qué fila de bellos caballos árabes ataviados con borlas doradas; qué escuadrón de soldados vestidos a la manera del siglo XVIII. Pero lo que pasó fue un coche gris, largo, feo, de lunas tintadas, a paso ni rápido ni lento, ni egregio ni urgente, ni nada de nada salvo mediocre y anodino. Habíamos esperado para nada. ¡Exijo que me devuelva los dos minutos, ciento veinte segundos, que me robó de mirar a las estrellas!
Y, hablando de estrellas, un ejemplo más de que no hay que fiarse de nadie, ni nuestra propia sombra. Ahí está la católica Catalina de Aragón, que nos la “ha jugado” a todos. Bueno, en realidad no ha sido ella, pues llevaba ya sus cien años durmiendo el sueño de los justos, penando en la Eternidad, incapaz de entender el desapego de su esposo, su corazón endurecido para con ella y para con su hija. Descubro que el retrato más famoso de sus facciones no es contemporáneo, sino del siglo XVIII, nada menos. Según los expertos que han restaurado el cuadro, el azul con que se pintaron las joyas de su tocado, no se descubrió hasta principios del siglo XVIII, y no se trata de repintes sobre el original, por lo que se abre el debate. ¿Responde este rostro al de Catalina? ¿Estamos ante una copia realizada décadas más tarde que el original? ¿Es una idealización del autor dieciochesco? ¿Es realmente Catalina la retratada? Puestos a dudar cabe preguntarse si los restauradores saben lo que dicen o, siquiera, si el lienzo es tal o sólo una fotocopia coloreada. ¡Ya no hay quien se fíe de nada! Ni que estuviéramos en los tiempos de los Tudor.
Lo que está claro es que esta ciudad sigue ofreciendo sus “viejas novedades”, sus rincones, sus sorpresas, sus delirios, sus grandezas, sus delirios de grandeza… a todos los visitantes que se tomen el tiempo de contemplarla ajenos a las indicaciones de las guías y los tópicos, incluso mirando a las Casas del Parlamento. ¿Quién sabe lo que se podrá averiguar con un poco de observación o lo que se podrá imaginar con un poco de ingenio? Ah, alguien me ha dicho, además, que se están preparando aquí unas Olimpiadas. La ciudad es olímpica, sin duda, pero no será, en mi opinión, por su organización deportiva. Está claro que no hay mejor ciego que el que no quiere ver y que cada uno ve lo que le interesa… o quiere ver.
La belleza masculina y Roma.
4-junio-2012 · Imprimir este artículo
Tarde de toros.
15-mayo-2012 · Imprimir este artículo
Corría aquella sangre como el agua del río del Belén tradicional de la casa española pudiente o la iglesia de pueblo: un ritmo similar al de la cascada cayendo sobre el musgo, que era el pelaje del toro. Pero no podía ser, claro está, mas antitético. Rojo y obtuso aquel denso chorro sobre un negro palpitante, significando la vida que se va, cuando el otro, el del montaje navideño simula la vida del desierto, los rebaños que pacen, las lavanderas que van y vienen y se ufanan en su labor. Pero no pude dejar de pensar en los dos al tiempo, porque su anchura y su corriente, su velocidad tras la labor del picador, eran similares. Perdí el curso del liquido burdeos, pues el torero y su capote se acercaban ya, pero la mancha de sangre en la arena llamó mi atención cuando se llevaron al toro, veinte minutos más tarde: era allí una mancha desteñida, una forma imposible y anaranjada al haber perdido su fuerza entre la multitud de los sedientos granos que, aparentemente inmóviles, a pesar del viento que visita siempre esta plaza, beben y se agitan bajo las patas de los animales y las recias piernas de los toreros y banderilleros. ¿Qué había sido de aquel profundo reguero que salía del boquete abierto por el picador? Desde lo más profundo el toro había bombeado su sangre, lugar ignoto como lo era el venero inescrutable del Belén que ofrecía misterio y rumor grato a mis infancia.
Era la corrida goyesca del dos de mayo y llevaba a dos expertos acompañantes, uno en el Arte Taurino, el otro en el Arte del Vestuario y la Estética. Yo me dedicaba, como es mi costumbre vampírica, a aprovecharme de la sabiduría que me rodeaba. El uno me explicaba que aquellas hombreras de los toreros eran una reinterpretación, y no de muy buen gusto, de los trajes centenarios. El otro como unas manoletinas habían llegado a salvar una tarde en Las Ventas. Y así, rodeado de peritos, con los ojos puestos en mil cosas a un tiempo -defectos del profano- veía la tarde pasar de sol a sombra.
La sangre se había quedado impresa en mi retina, ese borbotón que el exceso de faena del picador había provocado en el lomo del animal. Tenía el color de una ambrosía de dioses antiguos y crueles. Y la fuerza falsamente poderosa. ¿Cómo era posible que no manase como un torrente, sino como un riachuelo?
Teníamos buenas entradas, pero se habían convertido en excelentes pues a los toros, mansos y trotones, con querencia por la puerta de chiqueros, les dio por hacer cara a los espadas frente a nuestro tendido. Y allí el veterano, y los que no lo eran tanto, desgranaron su arte y su valor. Sin cotas sobresalientes de tarde egregia, pero con momentos de belleza y saber hacer. No había muchas mantillas; ni siquiera estaba medio llena la plaza, pero, por momentos, se entendía el fervor que el evento suscitó entre tantos aficionados en épocas pasadas y no tan pasadas cada vez que el soberbio cuerpo negro entraba bajo la tela del capote haciendo curvas limpias con sus cuernos ancestrales, mientras el cuerpo del hombre, postura desafiante, se elevaba hacia el cielo con su oración sin palabras.
Se encontraban en el coso una veintena de leales a la idea romántica de lo goyesco, y sus trajes, hechos por ellos mismos, o alquilados en tiendas baratas -por supuesto habla por mis palabras el Maestro del Vestuario- querían rescatar algo de lo que fue, pero resultaba un poco triste por su falta de producción; o dicho de una forma con más sabor, por su falta de tronío. Ellos estaban felices, en su salsa, haciéndose fotos con turistas japoneses y jóvenes que posiblemente no sabían de donde procedía tal atuendo pero lo festejaban como una fiesta de disfraces. Este tema merece reflexión y artículo por sí mismo. Quién sabe si algún día me animaré, siempre es tentador hablar de la nostalgia, pero cierto es que este lance, este atrevimiento con los trajes inspirados en otras épocas –si no más gloriosas, desde luego más artísticas-, quedaba relegado a dos decenas de jubilados que rescataban quién sabe qué deseo infantil de ser otras personas en otros tiempos, o quizá de alcanzar una pequeña cota de protagonismo una vez al año, pero sin que su anhelo los hiciese egregios, sin que apostaran por ello con toda su alma.
Morenito de Aranda lucía una de esas plantas y esos rostros (Manzanares, Cayetano…) que siguen haciendo las delicias de las portadas de Vogue y aun algún videoclip como el (ya nada joven) de Madonna. La figura del hombre valiente; con un algo de desprecio por la vida; de rostro marcadamente masculino; coronado de belleza no ha pasado de moda. Eso queda claro. Morenito tenía apasionadas seguidoras que reclamaban para él una oreja como si en ello les fuera la vida, y concentraban su ardor en la rabia con que increpaban al presidente por no conceder el trofeo ante los pañuelos que, teniendo en cuenta la asistencia, eran bastante numerosos. Su figura destacaba entre las de sus compañeros, su halo era evidente, aunque no irradiase la fuerza del icono taurino. Sí, en cambio, la del hombre deseado, la del latin lover, siempre que se le quite a esta expresión el carácter sudamericano que algunos le otorgan y que nada pinta en este momento. Él era “el torero” aquella tarde y ni la actuación meritoria de uno de los banderilleros (hombre de profesión que mereció ovación del público) ni los trajes con sus bordados negros, conseguían eclipsar lo que ha sido la última expresión del icono y la fuerza de esta fiesta que antes adoraba al picador, y actualmente no mueve a las masas, sino a un grupo de adeptos, como una religión crepuscular.
El edificio, siempre objeto de mi admiración arquitectónica, habría sus intimidades para mí, mostrándome sus arcos, sus palcos, sus pasillos, y esos magníficos y severos contraluces que harían las delicias de los fotógrafos antes de entrar en el propio templo de los tendidos y el círculo casi sagrado donde se enfrentan a muerte el hombre y el animal. Parece antitético, como la comparación de la sangre y el riachuelo de agua, que un lugar tan abierto sea al tiempo un recinto tan oscuro, con un ritual tan arcaico (y no lo digo en sentido crítico), repetido a lo largo de las décadas, y heredero de una relación antiquísima entre el toro y los pueblos mediterráneos.
Brilla todavía el sol cuando nos alejamos.
Los edificios vivos (El Escorial).
18-abril-2012 · Imprimir este artículo
Noche a mi alrededor. Noche, árboles, farolas encendidas… y una gran masa de piedra que empiezo a entrever. Estoy en El Escorial, rondo cerca de la medianoche, camino solo hacia la fachada posterior del edificio viniendo desde la Casita del Príncipe. Ya pasaron los primeros días de abril y la primavera se encuentra en pleno apogeo, pero hace frío, y baja de las montañas un aire que lame las paredes del monasterio antes de regresar a su hogar, como si quisiera hacer una visita secreta a su enamorado y, con su aridez, intentase ahuyentarnos a todos los visitantes no deseados. Esta estación parece hoy más una prolongación del invierno más riguroso, anciano blanco que se negase a dejar el trono tras el fin de su mandato y, más que sus barbas, nos enseñase las esquirlas de los huesos de sus dedos anclados en nuestros pulmones cada vez que tenemos que respirar en profundidad este aire lleno de estalactitas.
Sólo mi sombra me acompaña, y mientras me acerco a este gigante de siglos y engañosa austeridad, apenas un automóvil pasa a mi derecha rompiendo el encanto. Una vez que su ruido y sus faros se han perdido definitivamente vuelvo a encontrarme con el edificio, a solas. Algo me atemoriza y no sé qué pueda ser hasta que creo ver luces encendidas cerca de la Iglesia, probablemente en alguna de las estancias del modesto palacio del Rey Prudente. ¿Vigilantes nocturnos haciendo la ronda? No me atrevo a evocar ningún fantasma histórico, pero mi inconsciente lo hace por mí. He imaginado la figura negra de los últimos años del monarca, con una eterna vela incapaz de apagarse, caminando por los aposentos de su palacio tantas veces “violado” , en tanto que penetrado, por plebeyos y, lo que es mucho peor, por ignorantes y herejes…
La impresión dura bien poco pues me doy cuenta de que sólo estoy asistiendo al reflejo de las iluminaciones proyectadas sobre las fachadas que el juguetón cristal me devuelve evocando luces interiores. Aun así me he quedado intranquilo… ¿qué haré yo aquí si podía estar, tan cómodamente, en la cama de la habitación, bajo la cálida sábana inglesa, soñando con novelas que nunca escribiré? ¿Qué necesidad tengo de sustos tontos y fríos de la sierra cuando ya sé bien que soy sugestionable y que he perdido resistencia a los rigores de las temperaturas bajas? La impresión aumenta cuando al llegar a la esquina tengo la visión de ambas fachadas, ahora también la principal, con su san Lorenzo como única figura humana en ese vastísimo lienzo de piedra y ventanas que contempla imperturbable el pasar de los días, los meses y los años como quien ve pasar o caer las hojas de los árboles: unas tras otras y sin darles autonomía ni importancia. El tamaño del complejo se hace evidente, impresionante, algo terrorífico. Incluso me parece mucho más alto que algunas torres del centro de la ciudad. Intento acercarme a la fachada, pero algo me lo impide. Mi inquietud es demasiado grande para ello. Siento el mismo vértigo que cuando era pequeño y miraba hacia arriba muy próximo a la fachada de cualquier edificio alto, lugar donde la sensación de que se caía sobre mí era casi inevitable, una ley universal mucho más fuerte que la gravedad o el odio: una atracción que no se cumplía pero parecía exacta, matemática, real como no llegaba a serlo la realidad misma.
Aquí sí veo con claridad que hay luces encendidas. ¡Es la parte dedicada a colegio! Pero, ¿habrá alguien interno? ¿O serán los vigilantes en los que pensaba antes? Bajo las mansardas de los tejados de pizarra, tras dos de los vanos cuadrados, brilla una luz azul, de fluorescente de cocina. Me doy cuenta de que, para internos o no, el colegio sigue en uso en la actualidad, y que por lo tanto el complejo ideado por Felipe II es mucho más que un recipiente de obras de Arte y destino de turistas y viajeros. No es un Museo sin articulación. Es, en realidad, un edificio vivo que cumple cuatro de las cinco funciones que como construcción tenía en sí misma, por no hablar de su poder simbólico, de su bastión para el recuerdo de lo que un día fue la más grande monarquía del mundo, aunque algunos quieran llenarla de sombras, minimizarla y restarle importancia. A saber: el colegio del que hablo, la iglesia, el panteón real y el monasterio siguen en uso… y sólo el palacio ha pasado “a peor vida”, como corredores de paso para grupos heterogéneos de visitantes con prisa.
¿No es acaso escalofriante darse cuenta de la previsión de este rey que decían que quería emular a Salomón y a su templo? ¿Dónde se forma el hombre? En la escuela. ¿Dónde vive? En su castillo (“mi casa en mi castillo”, que diría un británico, con quienes tuvo tantas historias y casi todas de desencuentros). ¿Dónde se encuentra con su creador? Donde reza. ¿Dónde reposa su resto material? En la tumba. ¿Quién reza por los muertos? Los hermanos que dedican su vida a la oración. Ahí están todos los tesoros de la vida y la muerte resumidos y materializados en este complejo de corredores, ventanas, puertas, patios y salas. Las estancias vibran cada mañana con el rezo auténtico de los religiosos; y con las voces inquietas e impulsivas de los niños y muchachos que estudian en sus aulas. En sus muros están adheridas miles de misas. En sus esculturas se han colgado, como si fueran telarañas brillantes, plegarias, Padrenuestros, Avemarías, Salves, Rosarios, Credos… Sólo la vivienda está vacía… quizá porque, evidentemente, su propietario la abandonó hace muchas décadas, preparado para unirse a Dios, en quien había creído todo lo humanamente posible.
Pienso, una vez más, en ese Claustro de los Evangelistas, cerrado a mis ojos y a mis pasos (y a los de todos aquellos cuya vida no está dedicada a la oración). Pienso que, en este momento, los hermanos estarán durmiendo sus sueños bajo la imponente mole, tras los últimos rezos de la jornada. Ahí no veré luz alguna… pues la luz nace desde dentro y no necesita proyectarse fuera.
Poco a poco el miedo desaparece. Al acercarme a este lado de la planta diseñada por Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, sólo la impresión de soledad permanece, pero no la inquietud. Ya no evoco espíritus, ni el tamaño de esta obra del hombre, con ser notable, me hace temblar.
Vuelvo, en mi camino de regreso, a esa esquina que domina ambas fachadas y recuerdo cierta noche bajo la lluvia y el viento. Ya tampoco me siento solo… hay alguien que me acompaña y que se hace más y más presente a medida que, al dejar atrás el edificio, me aproximo a las ruidosas luces de la gran ciudad, ese Madrid que no descansa y donde duermes, soñando proyectos dignos de un rey que pueda financiarlos con oros y platas traídos de algún Potosí inagotable, como la propia Historia de este complejo, de esta ciudad del Hombre, de esta nave que surca la sierra madrileña con inmovilidad imparable, con actual eternidad, renovándose cada día, a cada momento, como las células de un cuerpo vivo.
Imagined Lives. Portraits of unknown people. Varios autores. Viajando por el Pasado-Ficción
14-marzo-2012 · Imprimir este artículo
Imagined Lives. Portraits of unknown people. Varios autores.
Con motivo de su exhibición conjunta no solo se han impulsado las pesquisas en pos de saber a quiénes representan sino que se ha preparado una edición de catorce relatos cortos, de ocho autores de reconocido prestigio, como el guionista de Downtown Abbey y la autora de La muchacha de la perla (O, traducido mas literalmente, Muchacha con pendiente de perla). A estos escritores consagrados se les ha pedido que imaginen las vidas de estos retratados aún sin nombre, y en breves relatos, nos han llevado de su mano a diversas épocas y ambientes como la Isabelina, prestando mucha atención a la indumentaria y a lo que pudiera haber en todos ellos de retrato psicológico aunque cada uno con su acento propio y personal, lo cual enriquece el conjunto. Basta acudir a las solapas del librito para asistir a un desfile de premios literarios que deja impresionado al más pintado, y nunca mejor dicho. Premios que, a tenor de lo leído, fueron justamente entregados. La calidad es alta, y a veces la originalidad también despunta. Así podremos leer sobre una supuesta doble de María Estuardo, sobre una mujer que tiene que decidir sobre aceptar una propuesta de matrimonio ante el retrato de su pretendiente, un compositor pirata, un complot de asesinato… Todo lo cual, hay que decirlo, despeja dudas sobre una posible tendencia al texto erudito y aburrido. Mas bien lo contrario, pues aunque todos los autores demuestran una preocupación evidente por documentarse sobre la época de la que hablan, nos relatan historias que no han perdido su actualidad: la obsesión por ser recordado, los secretos políticos, el amor…
Lamentablemente no conozco versión en castellano (probablemente no la haya) de tan fantástico conjunto de relatos acompañados (¿o es al revés?) de fotografías de las pinturas, y de detalles de las mismas. El resultado final es de gran belleza cultural, tanto literaria como pictórica y los sentidos se encuentran doblemente halagados. Al final unos apuntes sobre las obras y las investigaciones hechas sobre ellas redondean esta pequeña joya que entretiene, ilustra y hace pensar al lector con una pluralidad de voces de altura. Para amantes de la Pintura, para amantes de la Literatura, para amantes de la Historia, para amantes de la narrativa breve. Un gran acierto.
Los secretos del Tiempo congelado en piedra.
6-marzo-2012 · Imprimir este artículo
Decir Toledo es decir muchas cosas. Ciudad Imperial. Carlos V. Puerta de Bisagra. El Greco. Catedral Primada. Corpus. Custodia. Renacimiento. Tajo. El Entierro del Conde de Orgaz. Leyendas. Castillo de S. Servando. San Juan de los Reyes. Tres culturas. Mezquitas. Sinagogas. Mezquitas con nombre de Cristo (de la luz). Mazapán. Garcilaso. Hospital Tavera. Plaza de Zocodover. Alcázar. Cuestas. Pasajes. Puerta del Sol. Puerta del Cambrón. Santo Tomé. Santo Domingo… Hablo de memoria, pero podría seguir un buen rato hablando de personajes históricos, de Covarrubias al Marqués de la Vega Inclán; o de lugares de renombre por las circunstancias acaecidas en ellos o por su valor cultural y artístico, del Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda a la Sinagoga del Tránsito. Por todo ello, por ser un pedazo concentrado de Historia y de Arte, en mayúsculas ambas, he querido siempre a esta ciudad. Me enamoré de ella por culpa de la mezquita de Bab al-Mardum y su exquisito arte mudéjar, y desde entonces no he dejado de soñar con sus encantos. Y ahora que tantos de mis sueños se han convertido en realidad vuelvo a sus calles y plazas, a sus museos e iglesias, para encontrarme con ese mismo embrujo que siempre tuvo, pero con algunas fachadas lavadas y una preocupación más evidente por su legado. Vuelvo bien acompañado. Muy bien acompañado, como lo hice hace siete años. Y la ciudad me parece el lugar perfecto para celebrar la fecha perfecta… Es Carnaval y la imaginación llena Zocodover y todas las calles aledañas, incluida la de la Sierpe, con disfraces mejor o peor finalizados, con los materiales más o menos lujosos, pero desbordantes de creatividad y revelando unas enormes ganas de divertirse.
Callejear por esta ciudad, por el día o por la noche, es viajar en el tiempo, disfrutar de Arte, encontrarse con la diversidad cultural y espiritual del hombre. Basta, además, con evitar los mayores tópicos para que el turismo con su ruido inevitable no te robe ese encantamiento… Aunque recinto cerrado y limitado por la propia naturaleza es lo suficientemente grande y prolijo en sus riquezas como para poder perderse sin escuchar más idiomas que el de los pájaros, que nunca rompe encanto alguno. Este adentrarse en calles minúsculas y empinadas, salvo por los cables eléctricos, resulta a veces lo mismo que ubicarse en el siglo XIX por decir un siglo, aunque también hay rincones que son trozos arrancados del XVI o del XVII. La foto se vuelve sepia y se espera ver salir, de alguno de estos portales de piedra, en cualquier momento, una pareja de la burguesía comercial, ella con su amplia falda, su sombrero y sus botines, él con su terno impecable y su reloj de bolsillo. Supongo que por eso también me engancha este sitio como si fuera un cebo con un gusano exquisito y yo un pez voraz. La capacidad de escapar a los siglos XX y XXI no es cualquier cosa porque aunque tecnológicamente muy cómodos y democráticamente más avanzados, no andan sobrados de encanto y de artesanía –individual, manual, única-, que digamos.
Pero, a pesar de haber pasado por esta ciudad ligada a nuestro único emperador-desde la Hispania de los primeros siglos de nuestra era- varias veces, parece que soy incapaz de agotarla, lo que, por supuesto es un alivio, una felicidad y un buen motivo para volver cuanto antes. Mis escapadas extramuros han sido pocas y siempre para encontrar un rincón verde y fresco donde comer. Pero esta vez tenía ya una cita con el enorme edificio del Hospital Tavera, frente e la bellísima caja abierta formada por las puertas de Bisagra. Y ni el renacentista lugar ni yo faltamos a la cita. Allí estaba la botica antigua, tal y como se encontraba en uso cuando en 1939 el edificio dejó de prestar servicios como hospital, con sus tarros de Talavera de la Reina y su armario de madera pintada para las piedras preciosas en polvo. Allí los enormes patios de numerosas columnas sin estrías, dóricas, elegantes, equilibradas, en la planta baja, jónicas en la superior. Allí una colección de cuadros que hacen del hoy palacio una pinacoteca selecta con su Carreño de Miranda, su Sánchez Coello, su Luca Giordano… Y por supuesto sus Grecos. Tres piezas de estas salas se me graban en la memoria como agujas de placer exquisito: el retrato póstumo del Cardenal fundador, la Sagrada Familia con Santa Ana y el Cristo Resucitado. Había también unas Lágrimas de S. Pedro y, en la imponente iglesia del conjunto, un Bautismo de gran tamaño, y sin embargo ya estaba colapsado por las tres anteriores y no pude prestarles la misma atención. Iremos de menor a mayor sensación y por lo tanto empezaremos por la Sagrada Familia con Santa Ana, un cuadro en el que el color de las pieles es todo un coro de maestría, pero en el que mi mirada no podía escaparse de esas manos imposibles, delicadas y exageradísimas, traslúcidas, divinas, almas de luz rosada con la esencia alargada de las varas de gladiolos, o encorvadas, amarillentas, cubiertas de edad pero tan protectoras como pueden serlo las de cualquier madre de madre. Pareciera que las modelos para las manos de la Virgen hubieran sido dos diferentes, una, dulce adolescente con las manos sin estrenar, que sujeta al niño; la otra madre de largos dedos que juguetea con los pequeños dedos de su bebé. Y, sin embargo, en este conjunto tan complejo de elementos tan distintos, con cielo tan poco visible, y sin embargo tan personal, indiscutiblemente suyo, consigue el Greco esa sensación que lo unifica todo, sobrenaturalidad que acapara la atención del público para no dejarla escapar nunca más, pues no pudo haber Sagrada Familia como esta en la mente de ningún otro pintor que no fuera él.
El segundo en la escala que asciende, es el retrato póstumo del cardenal Tavera, que ordenó la construcción del hospital. Pintado a partir de la máscara mortuoria del eclesiástico, nos trae un hombre más muerto que vivo, de carnes enjutas, secas; de rostro cerúleo, casi verdoso, Sus ojos, perdidos en esa cabeza, casi calavera, parecen mirarnos desde el Más Allá con un mensaje claro, aunque no sepamos interpretarlo. No hay tristeza en ellos, ni amenaza quizá: su idioma es desconocido para nosotros. Su boca calla, en un rictus, versión saturniana del enigma leonardesco: ha pasado el optimismo del Renacimiento y la Contrarreforma nos habla con su espiritualidad encendida. Los ropajes del cardenal desprenden luz, y de esa forma el púrpura se vuelve un color frío, espejeante, y el conjunto podría ser una aparición de no ser porque el libro y la mesa nos devuelven a la materialidad de la vida humana.
Por último he aquí el Cristo Resucitado, pequeña gran escultura del cretense, diseñado para estar suspendido sobre el tabernáculo que también él diseño y se encuentra hoy en la iglesia del conjunto, lugar para el que fuera ejecutada esta pieza. La belleza de la imagen es sobrecogedora. Su rostro es tan hermoso que nos habla de la Felicidad Eterna, del Sosiego Infinito, de la Plenitud del Cuerpo. Las líneas de ese cuerpo son alargadas algo que no debería sorprender en el artista, pero que según nos explican se debe a la posición que debía tener la pieza sobre el Tabernáculo en la Iglesia, donde la perspectiva le habría hecho parecer más proporcionado. Aun así, las medidas no son exageradas, ni recuerdan a las últimas obras del Greco, como ese grupo de Lacoonte. Por el contrario transmite armonía absoluta. No puedo dejar de imaginar la profunda impresión que ese Cristo elevado, con su mano levantándose como para unir cielo y tierra, apareciéndose sobre el tabernáculo donde se encontraría su cuerpo transfigurado en las hostias, debería causar en el creyente. No hace falta un gran tamaño. De hecho estoy convencido de que en el imponente espacio de la iglesia sólo habría ojos para esta Magnificencia, esta Serenidad Divina, esta Aparición Material que nos entrega su belleza desnuda para hablarnos de la pureza del alma.
¡Ah, Toledo! Cuántos secretos guardas y cuántas ganas guardo ya de volver a ti para que me los muestres, generosa y eterna, congelada en el Tiempo…
Gala Drag Alcorcón. Viajando a otros mundos.
12-febrero-2012 · Imprimir este artículo
Ayer tuve la ocasión de asistir a la I Edición de la Gala Drag de Alcorcón. Y he de decir que me alegré sobremanera de aprovecharla porque la ocasión la pintan calva y no hay mejor manera de vestir una calva que con una gran peluca drag que poder arrancarse dramáticamente en el momento adecuado.
Entre [email protected] participantes estaban Divax, triunfadora con unas plataformas como para tocar la luna; Vetada Bandolera, que obtuvo accésit con un magnifico traje de novia al que le siguieron dos rápidos cambios; La Marquesa de Sade, con un modelo que hubiera hecho rabiar de envidia a la Madrastra de Blancanieves y una sorpresa años veinte, que también obtuvieron accésit; Inés-Perada, con un elegante numero sobre los musicales y cambios sorprendentes en el escenario; entre otros como Botox o Violet Carson.
La gala estuvo presentada por La Terremoto de Alcorcón, ya que, por mucho que ahora resida en Mallorca, no hay símbolo más pop ni mas drag de este municipio. Su humor, equilibrio perfecto entre las formas gruesas y el ingenio rápido, amenizó con gran inteligencia el evento.
Entre las actuaciones, el también alcorconero David Non Guilty; las drags “Bandoleras” con un número de Princesas Disney que parecía la réplica moderna de las casadas de “La corte de Faraón”, una fantástica mezcla del humor chirigotero y el glamour de las Palmas; y los bailes de “Ponte Guapa”, gimnasio-escuela de baile de nombre jamás tan apropiado para ocasión como esta, con un dinamismo de nivel.
El certamen fue mucho más que entretenido. Una primera edición donde tuvieron su porción la inteligencia la vistosidad, el ingenio, la música, el baile, las plataformas (por supuesto), las pelucas (¡faltaría más!); los cambios de ropa con vestuarios de infarto; y el mejor de los espectáculos… Y todo ello me hizo pensar sobre el trabajo que se realiza para llevar toda esta fantasía a la gente. Toda la labor que se esconde tras unos números que no son valorados en su justa medida por todos los públicos. Me hice una pregunta que se ha lanzado muchas veces al aire, ¿qué es realmente una drag?
No soy ningún experto en el tema, pero diría que una drag es un producto para el espectáculo. En ese espectáculo hay elementos imprescindibles y otros que también se esperan pero que quizá no forman parte de la definición por sí mismos. ¿Es el transformismo o el travestismo uno de ellos? Más diría lo primero que lo segundo. Una gran transformación es precisa, pero no tiene por qué ser en mujer, los seres extraordinarios que vemos moverse por el escenario tienen un género confuso, ¿importa acaso su género? Yo creo que no. Están por encima del género. El Arte siempre lo está. Sin embargo sí es necesaria la música con la que una drag se mueve. Una música en la que cabe mezclar modernidad con “clásicos” del cabaret o del pop, incluso heavy o rock, aunque estos ya son últimos avances en el mundo drag. Una música que puede ir acompañada de frases en off de películas o espectáculos bien reconocibles para el público o que inciden en la actuación de forma significativa. Esas irrupciones deben tener una importante carga de humor, bien sea ácido, bien sea blanco. Pero humor. Porque este es otro de los elementos comunes de una actuación drag que se precie. Y el humor, que duda cabe, exige inteligencia. Otro elemento que define a la drag es el aspecto “espectacular”, basado tanto en maquillajes de fantasía como en pelucas imposibles y trajes que van de lo femenino extremo o lo imposible –capas inmensas, faldas como carpas de circo, corsés de materiales insospechados-; y mención singular de ese aspecto hay que hacer de las plataformas. Cuanto más altas mejor, y no sólo por la habilidad que exigen para moverse llevando semejantes alturas, sino porque la altura aporta vistosidad al conjunto, medidas sorprendentes, y una vez más, espectaculares. Porque de eso se trata, de dar espectáculo: vistosidad, color, humor, música y una combinación explosiva de todas ellas.
Basta ver un camerino para saber las horas de trabajo que lleva un solo número de [email protected] [email protected] Trajes, maquillajes, pelucas, CDs, maletas y muchas ganas de brillar con todas las lentejuelas, brillos y purpurinas posibles y no posibles. Hace falta mucho talento, y no sólo mucho valor –para enfrentarse a las críticas y a la incomprensión de mucho público- para hacer todo esto. Hace falta la inteligencia con la que coordinarlo todo, la cultura musical y visual (las canciones vienen a ser de las divas del pop nacional e internacional, o mezclas de house y techno, pero no siempre; y a eso hay que sumar las entradas de películas o programas televisivos que ponen la nota de humor), el conocimiento de la costura para montar esos trajes que no pueden encontrarse en ninguna tienda (o bien el dinero para pagar a quien los diseñe y los ejecute), el equilibrio para no matarse sobre esas plataformas, la energía para llenar un escenario, la ciencia del maquillaje, y muchas ganas para coger todos los bártulos e ir donde se puede tener un espacio para brillar y asombrar.
En un momento en el que se habla del ingenio y del trabajo para salir de la crisis no puedo dejar de alabar todo el despliegue de medios e imaginación para construir las fantasías con las que podemos escapar de nuestra vida cotidiana hacia mundos desconocidos, que existen solo en las mentes de [email protected] privilegiados seres, hasta que quieren compartirlos con nosotros.
Ya estoy deseando que llegue el próximo viernes 17 para ver La Gala Drag Queen de las Palmas de Gran Canaria. Será a las 21:00 horas y el mundo volverá a hacerse más variado, grande e ingenioso. Como durante la tarde-noche de ayer. No puedo esperar a seguir viajando…
Madrid Nocturno. Madrid Literario.
3-febrero-2012 · Imprimir este artículo
El fotógrafo llegó antes.
16-enero-2012 · Imprimir este artículo
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